Queridos amigos, les ofrecemos parte de la catequesis del Papa Francisco en la audiencia general de ayer. Acompañamos el texto con imágenes tomadas este domingo en la Capilla Sixtina, donde el Papa bautizó a varios niños y celebró la Misa en la solemnidad de Bautismo de Jesús.
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El miércoles pasado iniciamos un breve ciclo de catequesis sobre los Sacramentos, comenzando por el Bautismo. Y acerca del Bautismo quisiera detenerme también hoy, para subrayar un fruto muy importante de este Sacramento: él nos hace transformarnos en miembros del Cuerpo de Cristo y del Pueblo de Dios.
En efecto, así como de generación en generación se transmite la vida, del mismo modo también de generación en generación, a través del renacimiento de la fuente bautismal, se transmite la gracia. Y con esta gracia el Pueblo cristiano camina en el tiempo, como un río que irriga la tierra y difunde en el mundo la bendición de Dios.
Desde el momento en que Jesús dijo esto que hemos escuchado en el Evangelio (“Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”), los discípulos fueron a bautizar y, desde aquel tiempo hasta hoy, hay una cadena en la transmisión de la fe por el Bautismo.
Cada uno de nosotros somos un anillo de esta cadena; un paso adelante siempre, como un río que irriga. Y así es la gracia de Dios, y así es nuestra fe, que debemos transmitir a nuestros hijos. Así es el Bautismo. ¿Por qué? Porque el Bautismo nos hace entrar en este Pueblo de Dios, que transmite la fe. Esto es muy importante,
En virtud del Bautismo nosotros nos transformamos en discípulos misioneros, llamados a llevar el Evangelio en el mundo. Cada bautizado, cualquiera sea su función en la Iglesia y el grado de instrucción de su fe, es un sujeto activo de evangelización. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de todos, de todo el Pueblo de Dios, un nuevo protagonismo de los bautizados, de cada uno de los bautizados.
El Pueblo de Dios es un Pueblo discípulo, porque recibe la fe, y misionero, porque transmite la fe. Todos en la Iglesia somos discípulos y lo somos siempre, por toda la vida; y todos somos misioneros, cada uno en el puesto que el Señor le ha asignado. Todos: el más pequeño es también misionero y aquel que parece más grande es discípulo. Pero algunos de ustedes dirán: "Padre, los obispos no son discípulos, los obispos saben todo. El Papa sabe todo, no es discípulo". Eh, también los obispos y el Papa deben ser discípulos, porque si no son discípulos, no hacen el bien, no pueden ser misioneros, no pueden transmitir la fe ¿Han entendido esto? Es importante, ¿eh? Todos nosotros: ¡discípulos y misioneros!
Nadie se salva solo. Somos comunidad de creyentes, y en esta comunidad experimentamos la belleza de compartir la experiencia de un amor que nos precede a todos, pero que al mismo tiempo nos pide que seamos “canales” de la gracia los unos por los otros, no obstante nuestros límites y nuestros pecados.
A propósito de la importancia del Bautismo para el Pueblo de Dios, es ejemplar la historia de la comunidad cristiana en Japón. Pero escuchen bien esto. Aquella comunidad sufrió una dura persecución a comienzos del siglo XVII. Fueron numerosos los mártires, los miembros del clero fueron expulsados y millares de fieles fueron asesinados. No quedó en Japón ningún sacerdote, todos fueron expulsados.
Entonces la comunidad se retiró a la clandestinidad, conservando la fe y la oración en el ocultamiento. Y cuando nacía un niño, el papá o la mamá lo bautizaban, porque todos los fieles pueden bautizar en circunstancias particulares. Cuando después de aproximadamente dos siglos y medio - 250 años después - los misioneros volvieron a Japón, millares de cristianos salieron a la luz y la Iglesia pudo reflorecer. ¡Habían sobrevivido con la gracia de su Bautismo!
Esto es grande, ¿eh? El Pueblo de Dios transmite la fe, bautiza sus hijos y va adelante. Y habían mantenido, aún en secreto, un fuerte espíritu comunitario, porque el Bautismo los había transformado en un sólo cuerpo en Cristo: estaban aislados y escondidos, pero eran siempre miembros de la Iglesia. ¡Podemos aprender tanto de esta historia!
¡Gracias!»